jueves, 27 de enero de 2011
En lo alto del almendro (IV parte)
Bajé los peldaños de madera que conducían a la bodega, dí al interruptor y cuatro bombillas cubiertas de polvo se encendieron para iluminar con dificultad la estancia. Pensé que poco podría limpiar con esa luz. Avancé unos pasos y contemplé los enormes botelleros apoyados contra las paredes, las barricas alineadas sobre soportes de hierro, las vigas largas y gruesas a poca distancia de mi cabeza y el suelo de tablones. Nunca antes había entrado en la bodega, de hecho siempre estaba cerrada y sólo el señor disponía de la llave. Era un lugar oscuro y húmedo, con paredes de piedra vieja y musgosa con un fuerte olor a liquen y a madera carcomida. Los peldaños de la escalera crujieron detrás de mí, me giré y vi aparecer al señor manteniendo la copa en la mano.
Aquí guardo las mejores botellas de brandy, dijo tirando del cuello de una de las botellas. ¿Te gusta el brandy, Remedios? Pruébelo.
No creo que deba antes de limpiar, aquí hay mucho trabajo. Olvídese de limpiar y beba esto, rogó mientras me ofrecía su propia copa recién servida. Dudé. Insistió. El calor del líquido atravesó la garganta y se acurrucó en mi interior. Me produjo una sensación cálida y de bienestar. Sorbí de nuevo. Me quitó la copa de las manos y me la devolvió de nuevo bien llena. ¿Le gusta? Sí, es muy bueno, el que bebía Jonás quemaba la boca pero éste no. Parece que compartimos gustos, ¿no le parece Remedios? No creo señor, respondí con sinceridad pues no podía ni imaginar que pudiéramos compartir gusto alguno. A usted también le gusta el bdsm, ¿verdad? No dije nada pues no sabía de qué me hablaba, guardé silencio confusa. Fue un error, pues lo interpretó como una afirmación. ¿Cuánto hace que lo practica? ¿Practicar el qué? me preguntaba a mí misma. Me excitaron muchos sus marcas en los pechos Remedios, continuó. De golpe, como un tortazo, lo entendí todo. No debe avergonzarse, dijo al verme paralizada por la vergüenza y roja como una granada, el placer obtenido a través del castigo es de los placeres más sutiles y satisfactorios que existen, tanto para quien lo aplica como para quien lo recibe. Y siguió hablando y contando cosas de castigos, de instrumentos de castigo, de lo placenteras que pueden ser las cuerdas, del dolor provocado en los pezones… no dejaba de hablar y cada palabra producía un deseo cada vez mayor, no tardé en sentir mi vagina húmeda, luego las bragas, no podía contener mi flujo. Mientras hablaba se había acercado y con su mano izquierda intentó bajar un tirante del vestido. Retrocedí instintivamente. Temí lo que pudiera hacerme, y lo temía porque lo deseaba.
Etiquetas:
castigo
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