Aquella noche incluso los pezones salían de su blusón, pequeños, oscuros, contrastando con su blanca piel. Estaba inquieta al igual que una yegua ante un semental. Esperó a que el joven se acercara para servirla con una enorme sopera de porcelana. En ese momento le sobó el culo y bajó su mano hacia la entrepierna. El jovencito saltó hacia delante, perdió el equilibrio y la sopera de porcelana volcó su contenido sobre su camisa blanca antes de estrellarse contra el suelo. Quedó en pie, parado, con la camisa goteando caldo de ternera y fideos. Rápidamente el líquido empapó el tejido y bajo esa humedad grasosa apareció marcado el contorno de unos pechos femeninos. Anne y yo intercambiamos una rápida mirada de estupefacción. Ella se levantó enfurecida con el cuchillo de trinchar y de un tajo rajó la camisa empapada. Dos pequeños pechos redondos y de pezones muy negros saltaron afuera. Anne se quedó quieta, mirando incrédula a la joven que tenía delante. Sin poder contenerse le soltó un puñetazo que le partió el labio. La jovencita lo encajó sin quejarse y escupió la sangre contra el suelo. Anne acercó la hoja del cuchillo a un pecho, lo surcó de arriba abajo varias veces hasta terminar apoyando la afilada hoja contra el pezón. La joven guardaba silencio con los ojos fijos en el cuchillo, yo estaba expectante y el olor a sopa de ternera invadía todo el camarote. De repente, como si tuviera vida propia, el pezón creció, dobló su tamaño. Cuanto más presionaba con la hoja más parecía crecer. La jodida Anne sonrió al verlo. Repitió la acción en el otro pecho con el mismo resultado. Empezaba a disfrutar de la situación. La joven ya no miraba el cuchillo sino que su vista se perdía entre el blusón abierto de Anne. Al interceptar aquella mirada Anne cogió la mano de la joven y la colocó sobre uno de sus puntiagudos pechos mientras presionaba con fuerza el cuchillo bajo su barbilla. “Tócalos” le dijo. Los amasó, los apretó, los acarició hasta que las bocas de las dos se entreabrieron. “Haz lo mismo con el garfio” le escuché susurrar. Desde donde estaba pude ver como el gancho entraba por el blusón y como los ojos de Anne empezaban a arder. Con los primeros suspiros Anne soltó el cuchillo y se despojó del pantalón y las botas. Cogió los dedos de la muchacha entre sus manos, se giró hacia mí y me dijo: “lo que vas a ver te va a gustar”. Se tumbó sobre la mesa, entre los platos vacíos, y atrajo aquella mano femenina hacia su rizado coño colorado del que ya emanaba aquel aroma dulzón a leche de coco y a salitre. Entre los jadeos oía crujir el viejo Desire.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Una travesía a bordo del Desire (última parte)
Aquella noche incluso los pezones salían de su blusón, pequeños, oscuros, contrastando con su blanca piel. Estaba inquieta al igual que una yegua ante un semental. Esperó a que el joven se acercara para servirla con una enorme sopera de porcelana. En ese momento le sobó el culo y bajó su mano hacia la entrepierna. El jovencito saltó hacia delante, perdió el equilibrio y la sopera de porcelana volcó su contenido sobre su camisa blanca antes de estrellarse contra el suelo. Quedó en pie, parado, con la camisa goteando caldo de ternera y fideos. Rápidamente el líquido empapó el tejido y bajo esa humedad grasosa apareció marcado el contorno de unos pechos femeninos. Anne y yo intercambiamos una rápida mirada de estupefacción. Ella se levantó enfurecida con el cuchillo de trinchar y de un tajo rajó la camisa empapada. Dos pequeños pechos redondos y de pezones muy negros saltaron afuera. Anne se quedó quieta, mirando incrédula a la joven que tenía delante. Sin poder contenerse le soltó un puñetazo que le partió el labio. La jovencita lo encajó sin quejarse y escupió la sangre contra el suelo. Anne acercó la hoja del cuchillo a un pecho, lo surcó de arriba abajo varias veces hasta terminar apoyando la afilada hoja contra el pezón. La joven guardaba silencio con los ojos fijos en el cuchillo, yo estaba expectante y el olor a sopa de ternera invadía todo el camarote. De repente, como si tuviera vida propia, el pezón creció, dobló su tamaño. Cuanto más presionaba con la hoja más parecía crecer. La jodida Anne sonrió al verlo. Repitió la acción en el otro pecho con el mismo resultado. Empezaba a disfrutar de la situación. La joven ya no miraba el cuchillo sino que su vista se perdía entre el blusón abierto de Anne. Al interceptar aquella mirada Anne cogió la mano de la joven y la colocó sobre uno de sus puntiagudos pechos mientras presionaba con fuerza el cuchillo bajo su barbilla. “Tócalos” le dijo. Los amasó, los apretó, los acarició hasta que las bocas de las dos se entreabrieron. “Haz lo mismo con el garfio” le escuché susurrar. Desde donde estaba pude ver como el gancho entraba por el blusón y como los ojos de Anne empezaban a arder. Con los primeros suspiros Anne soltó el cuchillo y se despojó del pantalón y las botas. Cogió los dedos de la muchacha entre sus manos, se giró hacia mí y me dijo: “lo que vas a ver te va a gustar”. Se tumbó sobre la mesa, entre los platos vacíos, y atrajo aquella mano femenina hacia su rizado coño colorado del que ya emanaba aquel aroma dulzón a leche de coco y a salitre. Entre los jadeos oía crujir el viejo Desire.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja que hablen tus sentidos...