El cofre

Antiguamente en estas cajas, con tapa y cerradura, se guardaban las cosas de valor. Si habéis abierto la cerradura de este cofre probablemente no encontréis nada de mucha valía. En él sólo hallareis mis escritos eróticos. Unos ciertos otros inventados. Pero todos creados con el mismo propósito: despertar el deseo y, quizá, la lujuria de nuestros sentidos.







martes, 30 de marzo de 2010

El bañador (parte I)

En este cofre,como dije en la presentación,junto a extractos y diversos comentarios siempre relacionados con el mundo del erotismo,encontraréis mis propios relatos. Hoy empiezo con la primera parte de uno de ellos: "El bañador". No sé si alguien los leerá ni tampoco si gustarán. Pero yo siento la necesidad de editarlos.
Sin más...


El bañador

Digamos que desde niño fui tímido, luego, durante la pubertad particularmente retraído y ahora, cumplidos los diecinueve, además soy vergonzoso. Y eso era un verdadero problema con las chicas. Me gustan y mucho pero me bloqueo. Ya llevaba yo varias semanas del mes de agosto queriendo pedirle para salir cuando, en una fiesta, mientras yo bebía reuniendo coraje, ella vino, me cogió y me besó. Así de simple. Desde entonces Adela es mi chica.
A las pocas semanas de salir insistió en que conociera a su madre, Soledad. Soledad era mayor, calculo que se aproximaría a los cuarenta, y muy distinta a Adela. Era bajita y gordita, nada presumida incluso desarreglada y nunca usaba sujetador por casa aunque sus tetas lo merecieran. Hablaba mucho, siempre en voz alta, gesticulando con los brazos sin importarle que al hacerlo sus pechos se balanceasen sin control. Acostumbrado a los pechos pequeños y rígidos de Adela empecé a sentir un gran placer en observar los suyos.
Un día especialmente caluroso Soledad sudaba delante de los fogones de la cocina. Sudaba y cocinaba sin dejar de moverse y sin parar de hablar. Llevaba un vestidito azul de verano, muy corto y lleno de botones en la parte delantera, de los cuales muchos estaban desabrochados. Disimulando cuanto podía iba contemplando las gotas de sudor que descendían entre los pechos. Adivinaba el recorrido de las gotas sobre la piel e imaginé los pechos húmedos por el sudor. Temeroso de ser descubierto levanté la vista ruborizado. A partir de ese momento empecé a desear sus pechos y no los de Adela y a frecuentar más la casa.
Una noche ocurrió un hecho extraordinario. Estábamos los tres en el sofá; Adela se había quedado dormida con la cabeza sobre mi regazo y las piernas estiradas sobre las de su madre. Sólo llevaba una camiseta y con un movimiento brusco de su cuerpo quedó descubierto su tanga blanco. Instintivamente fijé la mirada en la delgada línea que se dibujaba a través del algodón. Sólo fueron unos segundos pero Soledad me vio. De golpe me puse grana y las mejillas me ardían. Deseé fundirme o escapar pero no podía moverme si no quería despertar a Adela. Justo entonces Adela sacudió una pierna arrastrando la bata de su madre hacia arriba. Aparecieron sus muslos y entre ellos asomaba la braga. No pude evitarlo, no pude, y miré. A diferencia de Adela, a quién el tanga se le ajustaba completamente liso al pubis, las bragas de Soledad estaban abultadas por el vello. Nunca había visto un bulto tan grande. Mi polla creció de golpe debajo de la cabeza de Adela. No sabía qué hacer y sólo se me ocurrió pensar en imágenes trágicas, en escenas desagradables para bajar mi excitación mientras apretaba el puño derecho clavando las uñas en las palmas de mis manos. Ella siguió hablando con las piernas abiertas, con las bragas expuestas, igual que lo hubiera hecho con las piernas cerradas y yo no dejé de apretar el puño hasta que Adela despertó.

1 comentario:

  1. Buenos días,

    conozco personas que sí leen este blog y ellos me han dicho que pasara por él.
    Ya ves que sí que algunos sí te leemos. Enhorabuena, muy buen relato y deseando ya leer la parte II

    Un saludo

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