El cofre

Antiguamente en estas cajas, con tapa y cerradura, se guardaban las cosas de valor. Si habéis abierto la cerradura de este cofre probablemente no encontréis nada de mucha valía. En él sólo hallareis mis escritos eróticos. Unos ciertos otros inventados. Pero todos creados con el mismo propósito: despertar el deseo y, quizá, la lujuria de nuestros sentidos.







viernes, 2 de marzo de 2012

Un dia largo de junio (I parte)

Bien, como os anuncié aquí está el primer relato. Lo he dividido en dos partes. En breve llegará la segunda.
Saludos y buena lectura.


Un BMW verde me adelanta. ¿Será el mismo? Inmediatamente acelero. Desde aquella noche no he vuelto a encontrarlo. Me acerco a él esperando ver una campanita dorada colgando de su retrovisor. No hay nada, sólo una nueva decepción.
Hace tiempo de aquello, exactamente dos años y ocho meses, pero algo tan extraordinario no se olvida. Ocurrió uno de esos días largos de junio que aprovechaba para extraviarme en bicicleta por senderos y bosques.
Regresaba casi a oscuras bordeando un torrente cuando descubrí el BMW verde. Estaría a unos ochenta metros, estacionado en un claro cerca del sendero y frente a los juncos que cubrían el torrente. Me extrañó encontrarlo pero aun más que tuviera la luz interior y las de posición encendidas. Mientras lo observaba una cabeza de mujer sobresalió por la ventanilla delantera. Pensé que sería una pareja de enamorados buscando un lugar discreto pero ¿por qué las luces encendidas si era discreción lo que buscaban?
En esas andaba cuando, con las manos agarradas a la puerta cerrada, la mujer se impulsó hacia delante arrastrando fuera su torso desnudo. Curioso por naturaleza reduje bruscamente la velocidad y no estaría a más de diez metros cuando su cuerpo se encabritó exhibiendo unos pechos gordos y blandos como masas de pan. Frené, de golpe, sin pensar. Entonces me descubrió. Al igual que un niño pillado en plena travesura fui incapaz de moverme, avergonzado, como si quien estuviera desnudo fuera yo. “Se acabó, ahora se tapará”, pensé convencido. Sin embargo, ante mi atención y como impulsada por mi presencia, cogió sus pezones entre sus dedos y los retorció mientras sonreía con malicia.
Sus ojos negros, hinchados y semicerrados eran como una tarjeta de invitación. Solté la bicicleta y con dudas avancé arrastrando unos pies que parecían estar encadenados. La portezuela se abrió y apareció desnuda, completamente desnuda; estaba tan cerca que podía ver los pliegues de sus carnes abundantes y aspirar el aroma a leche agria y almendras de su sexo.
A su espalda, al volante, había un hombre bajo y algo obeso que con esfuerzo elevó una barriga prominente y peluda y, arqueándose, llegó hasta el asiento del acompañante golpeando una campanita dorada que pendía del retrovisor, su tintineo agudo sonó como una anunciación. Por un momento temí que aquel sujeto saliera fuera, al claro, donde bajo las luces mortecinas del coche las manos de aquella mujer ya entraban y salían de las profundidades de su vagina viscosa. Absorto, sin creerlo aun, la observaba con las pupilas dilatadas y salivando como un perro ante un dulce. Creo que fue en ese momento cuando recordé lo que afirmaba el carnicero del mercado y que yo nunca creí; decía que muchos gustan de exhibirse en público, de ser observados, y que además dejan participar a los que miran; decía que se hacía mucho allá, en Inglaterra, incluso que tenía un nombre inglés, el doggin o algo así lo llamaban.



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