El cofre

Antiguamente en estas cajas, con tapa y cerradura, se guardaban las cosas de valor. Si habéis abierto la cerradura de este cofre probablemente no encontréis nada de mucha valía. En él sólo hallareis mis escritos eróticos. Unos ciertos otros inventados. Pero todos creados con el mismo propósito: despertar el deseo y, quizá, la lujuria de nuestros sentidos.







domingo, 18 de marzo de 2012

Un día largo de junio (II parte)

Aquí os dejo la segunda y última parte del texto, buena lectura...

Tras medirme con sus ojos chispeantes, se giró y su cabeza, algo alargada, desapareció entre las piernas del hombre hasta engullir su miembro. Frente a mí quedaron sus nalgas, grandes como sandías y tostadas como el café, elevadas y muy abiertas.Todo sucedía sin palabras y en nuestro silencio resonó nítido el húmedo succionar de su boca y, yo, con 25 años, sentí una envidia inusual por aquel hombre bajo, obeso, y peludo, que ignoraba mi presencia y cerraba los ojos de placer.
No pude aguantar más, mi mano, crispada de tensión, estrujó mi sexo y luego lo acarició mientras contemplaba extasiado aquella cabeza subir y bajar al mismo ritmo cadencioso que sus caderas, vibrantes y provocadoras. Varias veces hice por estirar el brazo para acariciarlas pero no me atreví, temí que se acabara, que el hechizo se rompiera.
Sin dilación sacó el miembro endurecido y empapado de su boca, lo asió con la mano izquierda y con habilidad se sentó sobre él. No tardaron en llegar los gemidos pausados de aquella mujer magnífica. Arrebatado por ese sonido saqué mi polla por encima del pantalón elástico y me masturbé.
Recuerdo con nitidez que pensé morir cuando su brazo se deslizó hacia mi polla como un tentáculo, lo vi inclinarse, agitarse intentando llegar. Avancé, se agarró al pantalón y tiró con fuerza hacia abajo, no cedió, la ayudé, y por fin sentí su mano enroscarse en mi carne.
Primero fueron sus dedos, ágiles y suaves, luego una lengua blanda, frenética, y al final su boca, empapada y caliente. No me atrevía a abrir los ojos, temía estar soñando. Jamás sentí nada igual, tan pronto cogía escalofríos como unos sofocos terribles.
Se había roto el silencio, gemidos, suspiros, chasquidos entremezclados componían una sinfonía gutural. Mis rodillas se doblaron, los músculos se tensaron, exploté en su boca que no dejaba de succionar. Un placer desconocido me recorrió toda la columna y llegó hasta los pies. Caí rendido, cautivo de aquella experiencia.
Al día siguiente, a la misma hora, volví al claro cerca del sendero y frente a los juncos que cubrían el torrente. Regresé al claro cada tarde durante aquel verano pero nunca más encontré el BMW verde.

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