El cofre

Antiguamente en estas cajas, con tapa y cerradura, se guardaban las cosas de valor. Si habéis abierto la cerradura de este cofre probablemente no encontréis nada de mucha valía. En él sólo hallareis mis escritos eróticos. Unos ciertos otros inventados. Pero todos creados con el mismo propósito: despertar el deseo y, quizá, la lujuria de nuestros sentidos.







lunes, 4 de junio de 2012

Una travesía a bordo del Desire (II parte)



Para enrolarse a bordo Anne tuvo que recoger su rizada cabellera roja bajo un pañuelo que cubrió con un tricornio de felpa azul, esconder sus duros y puntiagudos pechos bajo un ancho blusón blanco y sus pantorrillas en unas altas botas de cuero. Debió hacerlo pues no se aceptaban mujeres entre la tripulación, era un mal presagio.

De día subía al palo mayor y al palo de mesana con la misma rapidez que el más ágil de los marineros; escupía, blasfemaba y bebía como el más curtido de los piratas y por las noches, sin hacer ruido, se deslizaba en mi hamaca, buscando siempre mis manos. Le encantaban las manos. Bajo el olor estancado a tabaco y arenques del sollado de proa cogía mi mano derecha y se la llevaba a su coño rizado, húmedo y abierto. Iniciado el vaivén de mis dedos en su interior, cogía mi otra mano y la depositaba en su gruta trasera. Era algo más estrecha para mis dedos pero más calida y más profunda. Al rato nos cubría, como una capa, el aroma dulzón a leche de coco y a salitre de su flujo. Cuando las convulsiones producidas por el movimiento de las dos manos eran continuas sujetaba mi verga bien armada y se la introducía sin distinción en cualquiera de sus dos agujeros; al cabo de un tiempo cambiaba de orificio. Su aroma dulzón era tan intenso que absorbía el olor estancado a tabaco y arenques del sollado. Al finalizar lamía los dedos de mis manos, uno a uno, jadeando de placer.

En algún momento se encaprichó de un jovenzuelo, de piel suave y rostro imberbe, cuerpo frágil y hermoso como las estatuas de bronce, incluso a mis ojos. Varias veces los vi entrar en el pañol de municiones, allí permanecían ocultos hasta regresar a cubierta por separado. Conocía bien la mirada de Anne pero aun más el olor de su cuerpo y por la noche, pues entrara o no en el pañol de municiones no dejaba de visitar mi hamaca, su cuerpo aun desprendía aquel aroma dulzón, a leche de coco y salitre. Nunca me importó y nunca le dije nada porque la jodida Anne Bonny antes que mujer era pirata, y como todo pirata necesitaba tanto de una buena pelea como de un buen revolcón.
Una tarde mientras fregábamos la cubierta vi al joven de rostro imberbe y cuerpo frágil cuchichear con Snoap. Snoap era un corpulento marinero, orgulloso de su fuerza, bravucón y pendenciero.
Anne, arrodillada a mi lado sobre la cubierta, frotaba con fuerza la vieja madera con un cepillo de rígidas púas negras. Soap se acercó por detrás y con la voz rota por el alcohol, gritando, exclamó:”creo que escondes algo debajo del blusón. Quítatelo, queremos saber si es cierto que eres una mujer.” Anne ignorando aquella voz rota siguió rascando la vieja madera. Me di cuenta que Soap había empezado algo que las miradas de la tripulación le exigían acabar. De un tirón rasgó el blusón de Anne y sus pechos puntiagudos quedaron colgando. Soap se irguió orgulloso para proclamar su triunfo. No la vio venir, Anne se levantó desenfundado un pequeño puñal de su cintura y lo clavó tan profundo como pudo en el cuello de Soap. Mientras la sangre le salpicaba su rostro pecoso desenvainó la espada y con los pechos balanceándose como el casco del barco se dirigió hacia el joven de rostro imberbe y cuerpo frágil. Le lanzó una estocada que erró por centímetros y cuando iba a lanzar el segundo mandoble varios piratas la sujetaron. Así era la jodida Anne.

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