Estoy mirando las manecillas del reloj, esperando la cena, cuando se desliza la puerta. Maiko coloca un carro de aluminio junto a mi cama. En él hay una bandeja de toallas enrolladas, una caja de guantes de plástico, un recipiente con agua y distintas botellas y jabones.
Tras una pausada inclinación de cabeza, sus ojos anuncian la hora del baño. Incrédulo la veo desabotonar con sus finos dedos mi camisa del pijama. Me incorporo para que pueda quitarla. El abundante vello de mi ancho pecho la sorprende, lo contempla con curiosidad antes de presionar delicadamente sobre los hombros para tumbarme. Me estremezco al tacto de su piel. Lentamente se ajusta los guantes de plástico, coge una de las toallas húmedas de la bandeja y empieza a frotarme el cuello, el pecho. Levanta mis brazos, los frota primero por delante luego por detrás. Me incorpora de nuevo para lavarme la espalda. Al hacerlo su pecho se apoya sobre mi hombro izquierdo, rozo la agradable dureza de su sujetador. Nuestros cuerpos están pegados igual que mi nariz a su nuca, aspiro y me impregno de su aroma a manzanas verdes.
Me tumba y con destreza me despoja del pantalón del pijama. Con una toalla seca del carro cubre mi abultado calzoncillo, luego introduce las manos por debajo de la toalla y me quita los calzoncillos que pliega escrupulosamente y deposita en la mesita. Sus ojos negros, profundos, observan la toalla izada sobre mi sexo. Sin poder evitarlo mi miembro la golpea sacudiéndola. Coge otra toalla húmeda, tibia y la aplica al muslo derecho. El tamaño de mi polla aumenta. Por unos segundos la mira atentamente. Entonces se gira y corre las cortinas verdes de la pared. Quedamos aislados. Sin saber porqué mis labios suspiran Maiko. Al oírlo se quita los guantes con la misma lentitud que se los puso.
Sin ellos me lava los pies, los muslos y las ingles con tanta sutileza que temo eyacular. Cuando sus dedos rozan mis testículos mi polla brinca varias veces bajo la toalla, al verlo sonríe. Los roza de nuevo y vuelve a brincar. Despacio inicia un ligero masaje. Tiro de la toalla que me cubre y aparece mi polla. No aparta sus ojos negros de ella hasta que al fin la acaricia. Lo hace con el mayor cuidado como si fuera algo sagrado. Expulso un hilo espeso y brillante de esperma. Con sus dedos lo esparce en círculos sobre mi glande descubierto. Siento su aliento. Desliza una lengua pequeña y sonrosada sobre el glande amoratado. Golpea y succiona hasta que lo engulle en su boca. Estiro mi brazo y lo introduzco bajo su bata, acaricio una nalga dura como una fruta verde. No puedo contenerme, una descarga caudalosa inunda su boca. Estremecido y erizado veo como con sus dedos recoge el poco semen que ha quedado en sus labios para lamerlos. Me limpia la polla con la toalla húmeda, me viste con esmero y después se inclina dos veces a modo de saludo. Descorre las cortinas y se aleja con el carro.
Veo alejarse los finos elásticos de su pequeña ropa interior, el rostro arrugado del abuelo sonreír complacido, un despejado y claro cielo azul a través de la ventana, y pienso colmado de placer que aun dispongo de cuatro días en el hospital de Shikoku hasta que llegue mi tanabata.
Fresh. Mick Payton |
Me gusta la armonía que hila las distintas partes de este relato. Me encanta el paralelismo entre los finales de la primera y última partes, cómo refleja el cambio que en cuestión de horas puede perpetrarse en la vida y en la ilusión de alguien, cómo lo que al principio era un tiempo amargo e inacabable puede convertirse en un corto plazo lleno de inesperados anhelos. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias sahktabi por tu comentario, me ha alegrado mucho encontrarlo y más aun leerlo.
ResponderEliminar