Tras varios días de espera llega, al fin, la última parte. Como siempre deseo que el final os agrade y que hayáis disfrutado leyendo el relato. Un abrazo
A la mañana siguiente la joven condesa informó a la rolliza criada asignada al cuidado de las heridas de Pierre que la madre de su esposo había requerido de sus servicios y que debía partir inmediatamente hacia la mansión de París hasta nueva orden. Luego se tumbó sobre la cama con la abundante caballera negra sin recoger y esperó.
Con las primeras sombras de la noche los tacones de las botas de montar de la joven condesa sonaban en el silencio de las caballerizas como los cascos de las yeguas en el corral de los sementales. Al fondo, en la última cuadra, quemaba el farol y sobre el heno fresco yacía Pierre con su vendaje. Al verla su rostro adquirió la rigidez de una fusta. La joven condesa observó aquel rostro redondo y tostado y con un susurro cálido exclamó: “No te muevas. He venido a limpiar tu herida”. El olor de las caballerizas lo inundaba todo. La joven condesa se agachó, acarició la venda y deshizo el vendaje. La herida no estaba cerrada y olía a yodo. Apoyó los dedos sobre ella y apretó. Pierre no gimió. Presionó de nuevo donde las puntadas estaban más abiertas. Pierre apretaba las mandíbulas sin proferir ningún quejido. Anegada por su hombría Florentine cogió el garfio de hierro y deslizó su punta afilada por sus pechos que latían convulsos por encima del corsé. Luego lo enganchó con habilidad entre los cordones que cerraban la prenda. “Rómpelos. Libérame de los cordones”. Pierre dudó, escrutó los ojos brillantes de la joven condesa y escuchó sus jadeos impacientes, y arrodillado frente a ella tiró con fuerza hacia abajo. Los cordones no cedieron. Con el esfuerzo la herida se amorató y empezó a supurar. Florentine arrastró la lengua por la cicatriz y lamió la piel, la carne y la sangre. Un chasquido resonó, los cordones cedieron y los pechos aparecieron con sus pezones en punta y su areola arrugada. Florentine introdujo sin miedo la punta de hierro en el interior de su boca y la succionó mientras miraba a Pierre. De repente se levantó zafándose del largo vestido y se quedó desnuda a excepción de las medias y las botas de montar. Una yegua relincho. En esa posición apoyó la curva del garfio en el hueco de su vagina, empujó el metal y sintió como parte del acero entraba en ella frío y rígido provocando la llegada de orgasmo. Florentine inspiró varias veces seguidas y el olor de sudor seca, de paja, de estiércol y también de cuero la abrasó. Con su bota de montar inclinó el cuerpo de Pierre. Una vez tumbado sobre el forraje se encorvó sobre él y sacó su polla larga y gruesa como una mazorca de maíz. La sentía palpitar entre sus manos y sus venas parecían ríos azules dibujados en un mapa. También extrajo sus testículos y los apretó en su puño mientras introducía la polla en su boca. La saliva resbalaba por las comisuras al no poder cerrar los labios y manchaban el rizado vello de los testículos. Sabía como un fruto exótico excesivamente maduro, dulzón y empalagoso. Llegaron los primeros espasmos de Pierre y su glande se agrandó y un tibio y viscoso líquido le llenó la boca. Sin dejar de chupar lo tragó todo. Ya no quedaba nada que tragar pero Florentine siguió lamiendo y chupando. Pierre se agitaba sobre el heno y jadeaba igual que después de un gran esfuerzo. Florentine mordió el tronco de la polla y le clavó los dientes hasta que adquirió la misma consistencia de hacía unos minutos. Agarrándola con una mano se sentó sobre ella. Su carne cedió ante el empuje y sus labios la envolvieron con firmeza. Florentine empezó a cabalgar, su grupa subía y bajaba a un ritmo frenético. Nunca había sentido nada tan ardiente ni tan grande en su interior y jamás tan adentro. Golpeaba con todas sus fuerzas sus nalgas contra él, sintiendo el calor y la contracción de sus músculos. Gritó y metió la cabeza entre el heno y así recibió de nuevo el líquido caliente de Pierre que la quemaba por dentro. Tras unos segundos tumbada se incorporó y se quitó las briznas de heno pegadas a la cara y en los pechos. Pierre aún no había dicho nada, sudaba recostado con la herida abierta.
La joven condesa miró su rostro redondo y tostado como un pan de cebada, recogió el vestido, se giró y salió de las caballerizas.
lunes, 3 de mayo de 2010
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Sensaciones increibles al leer y visualizar cada una de tus palabras y situaciones. Olores sobre olores. Sabores sobre sabores....... increible.
ResponderEliminarEntendemos que es IV y última parte de este relato, pero es evidente que seguir las aventuras de esta pasional Florentine da para seguir pensando en ella y seguir imaginando.
Gracias de nuevo y ahora a esperar otro relato al que nos tienes enganchados.
Un saludo