Creo que la mejor manera de agradeceroslo es poner la segunda parte de este nuevo relato. Espero que las letras y la imaginación os consigan transportar a la escena. Feliz lectura.
Recuerdo la primera vez que lo vi. Fue en un autobús abarrotado, nosotras estábamos en el pasillo pues no había sitio para sentarse. En ciertos momentos con el traqueteo los que estábamos en el pasillo nos balanceábamos e incluso nos desplazábamos hacia delante o atrás. Con uno de esos vaivenes un hombre quedó pegado al vestido de mi madre, con la entrepierna ajustada entre sus nalgas mientras ella permanecía de pie ignorándolo como si nada ocurriera. Casi a la atura de mis ojos pude ver el pantalón del hombre abultarse más y más mientras no cesaba de presionar con su cuerpo. Entonces mi madre me cogió por los hombros y me giró hacia delante, apartando mi mirada del pantalón. Yo no podía verlo pero a través de sus brazos podía sentir como ella se movía. Cuánto deseé mirarla pero aun no me dejaba.
Abro más las piernas, el señor se está acalorando y yo derritiendo. Disfruto de la viscosidad que siento en la tela, en el vello, en toda la vagina. La señora de mi izquierda ha perdido el interés por el crucigrama y observa el desasosiego que domina al hombre. Una de las lianas se ha desprendido y cuelga sobre su frente. Deseo quitarme la chaqueta para que también pueda mirar mis pechos. Esperaré, que aguante un poco más.
A los diecisiete ya había terminado de crecer. Mis pechos eran grandes pero insuficientes comparados con los de mi madre; sin embargo, ya tenía un monte como el suyo. La misma mata abundante, rizada y muy negra que lucía orgullosa en las tardes de verano desde la piscina de plástico ante algún vecino. Pensé que ya estaba en condiciones de ser deseada con la misma intensidad que ella. Cuando salíamos de casa para pasear y teníamos que coger el autobús, el tren o un taxi yo siempre elegía alguna camiseta ceñida, ajustadita y me la ponía sin sujetador para destacar mis adolescentes y rígidos pechos. Mi madre, por el contrario, siempre se ponía sujetador y camisa desabrochada para formar un opulento escote. Creo que se ponía los sujetadores más pequeños que tenía pues sus pechos parecían el doble de grandes de lo que ya eran y sobresalían por encima de la camisa imponentes, juntos y redondos. Una vez entre la multitud poquísimos eran los hombres que se fijaban en los míos.
La señora vestida de negro se ha bajado en una parada no sin antes dejar una mirada de recriminación en el pequeño compartimento que ahora ocupamos sólo el hombre y yo. Es mayor, tiene cara de cansado y de infelicidad. Sus ojos brillan como bolas de cristal y evidencian la lejanía de un deseo similar. Me agrada, así que me quito la chaqueta y mis pezones aparecen como dos confites de chocolate bajo la camiseta. Él sonríe sin malicia. Yo dejo la chaqueta sobre el asiento y abro de nuevo las piernas, esta vez temerosa. Ahora estamos solos y el hombre podría tomar alguna iniciativa. Quizá piense que quiero que me toque, no, eso no, tú mira, excítate y excítame, sólo eso.
Quizá piense que quiero que me toque, no, eso no, tú mira, excítate y excítame, sólo eso.
ResponderEliminarHola de nuevo,
me he permitido copiar esta frase con la que acabas esta maravillosa segunda entrega del relato. Es un pensamiento donde para mi queda reflejado lo que es la sensualidad. Ese sí pero no. Ese lo deseo, pero no quiero perder el momento. Esa maravilla que tiene el camino, no el llegar........ sino disfrutar del camino que te lleva.
Gracias por continuar escribiendo para nuestro disfrute, espero que también para el tuyo propio.
Es increible tu imaginación y tu capacidad de trasmitirla.
Un saludo