El cofre

Antiguamente en estas cajas, con tapa y cerradura, se guardaban las cosas de valor. Si habéis abierto la cerradura de este cofre probablemente no encontréis nada de mucha valía. En él sólo hallareis mis escritos eróticos. Unos ciertos otros inventados. Pero todos creados con el mismo propósito: despertar el deseo y, quizá, la lujuria de nuestros sentidos.







viernes, 23 de abril de 2010

La joven condesa Florentine (II parte)

Hoy, día de Sant Jordi pongo la segunda parte del relato. Y avanzo que con toda seguridad habrá, al menos, dos entregas más. Espero que los intervalos de tiempo entre capítulo y capítulo os permitan seguir con facilidad la historia del relato. Feliz día del libro y sensual lectura.




A las pocas semanas de su matrimonio estalló la guerra contra Prusia y el capitán de dragones marchó al frente. En su ausencia la joven condesa se acostumbró a desayunar con la larga melena suelta en sus aposentos junto a un gran ventanal orientado hacia las caballerizas. A través del cristal llegaban los relinchos, el ruido metálico del martillo al golpear las herraduras, y la profunda y atronadora voz del encargado ordenando a los mozos de cuadra. Mientras trenzaba su abundante cabello observaba con deleite los cepillos de rígidas púas desenmarañar las crines de las bestias, como frotaban sus costados con fuerza y restregaban con las esponjas empapadas sus cuartos traseros. Al verlo la joven condesa inconscientemente levantaba los suyos esperando que también la frotaran, la lavaran o la montaran. Una vez compuesto el moño con las trenzas se desprendía de la camisa de dormir y desnuda, acariciándose los labios hinchados y humedecidos ante el brío de los potros y, sobre todo, por la visión de los sementales, elegía un vestido de montar ligero y sin ropa interior se dirigía a las cuadras. En el pasillo central de las caballerizas, delante de las puertas de los establos, esperaba Pierre, el criado encargado de las cuadras. La joven condesa ignoraba su edad – aunque no era mayor de veintitrés—pero reconocía con claridad ese picor íntimo ante la robustez de sus piernas arqueadas y la abundancia de su vello salvaje y la quemazón al acercarse a él pues olía como los potros jóvenes. Una mezcla de sudor seca, de paja, de estiércol y también de cuero. Sin embargo, odiaba su rostro redondo y tostado como un pan de cebada porque le recordaba su origen campesino.
Sólo Pierre podía guarnecer el caballo que la joven condesa elegía montar y mientras lo hacía ella, a su lado, inhalaba ese aroma intenso que la turbaba. La joven condesa, antes de montar, siempre recorría con sus dedos la piel de la silla para comprobar que estaba correctamente engrasada; luego Pierre la izaba y ella salía trotando hasta llegar a los prados más alejados de la propiedad. Entonces Florentine paraba el caballo, se subía el vestido y se sentaba a horcajadas sobre la silla a la manera de los hombres, y al primer contacto de su sexo sobre la curtida piel engrasada se estremecía; golpeaba con los talones los costados con energía hasta alcanzar un vibratorio y rítmico galope, soltaba las bridas y se agarraba al cuello del corcel restregándose en la montura hasta que sus labios estaban tan hinchados por el roce que unas punzadas de intensísimo placer la recorrían. Cuando sentía la inminencia del orgasmo introducía su nariz entre las crines y recuperaba el olor de sudor seca, de paja, de estiércol y también de cuero.
Meses después de iniciada la guerra recibió una carta de su marido desde la línea del frente. Pierre debía presentarse en la caja de reclutas para alistarse como voluntario en el 8º Regimiento de Dragones.
Aunque continuó observando a los potros y a los sementales la joven condesa dejó de cabalgar a diario y cuando lo hacía sus orgasmos eran secos y breves como cuando era muy niña.
Una mañana llegó un coche de caballos por la avenida que conducía a la residencia. Desde su habitación vio descender a Pierre uniformado de Dragón; con su brillante casco de cobre adornado con las crines negras de caballo, los correajes blancos, su guerrera azul y los pantalones rojos su aspecto era majestuoso “aunque seguía siendo un criado”. Sin poder evitarlo los dedos de la joven condesa descendieron hacia su vagina y al quedar impregnados de un flujo espeso, abundante y caliente los retiró de golpe y con el puño cerrado golpeó la mesa con rabia hasta que Pierre pasó por debajo del ventanal y pudo ver como la manga izquierda de la guerrera colgaba vacía por su costado.
Florentine se desnudó, eligió su traje de montar más sutil y se dirigió a las cuadras.

1 comentario:

  1. Gracias por la maravillosa lectura que nos has ofrecido con esta segunda parte de tu relatoII en un día como el que se celebra.
    No esperábamos menos y pensábamos que algo de ti ibamos a encontrar.
    No es que no podamos seguir el relato entre capítulo y capítulo con los días de diferencia..... es que, simplemente, siempre nos dejas con ganas de más. De mucho más.

    Un saludo

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