El cofre

Antiguamente en estas cajas, con tapa y cerradura, se guardaban las cosas de valor. Si habéis abierto la cerradura de este cofre probablemente no encontréis nada de mucha valía. En él sólo hallareis mis escritos eróticos. Unos ciertos otros inventados. Pero todos creados con el mismo propósito: despertar el deseo y, quizá, la lujuria de nuestros sentidos.







martes, 6 de abril de 2010

El bañador (parte III)

Bueno, con esta tercera parte llegamos al final de mi relato "El bañador"; espero que el desenlace os guste y satisfaga vuestras expectativas.
Este relato quiero decicarlo a las personas que siguen este blog y hablan de él, pues aunque seáis pocas sois muy fieles. Para vosotras...



La llevé a la playa más extensa que conocía, varios kilómetros de arena blanca y fina. Cogí su bolsa de playa y caminamos tan cerca el uno del otro que podía olerla con facilidad. Olía a recién duchada, a pastilla de jabón y eso me gustó. Al encontrar una zona desierta, alejada de los bañistas le pregunté si le gustaba. Miró alrededor y dijo que sí. Se desanudo el pareo y apareció el bañador. Ahora lo veía bien. Era de un azul marino uniforme, sin dibujo, muy subido y olía a armario. Acostumbrado a ver el movimiento de sus pechos debajo de la ropa sentí una decepción al verla con ese bañador. Su piel era muy blanca; sin duda era su primer día de playa de este verano o quizá desde hacía varios veranos. Poco a poco empecé a sentirme algo más cómodo. Estiramos las toallas y nos sentamos mirando la espuma del mar. Me giré hacia ella y empecé a hablar como excusa para poder mirarla. Soledad seguía contemplando las olas. Seguro que lo de la playa la pilló por sorpresa pues por debajo del bañador le salían unos robustos pelos rizados en la ingle. Me excité muchísimo al verlos. Y sin poder ni querer evitarlo tuve una erección. En esa posición seguro que Soledad podía verla pero extrañamente y por primera vez, no me importó. Asombrado oí como mi voz decía:
--Es una lástima que uses bañador porque sólo podrás coger color en las piernas.
--Lo sé. La próxima vez compraré un bikini bonito y tiraré este bañador horrible que me asfixia –dijo mirando con desagrado al bañador.
--Quizá si lo bajas un poco te sentirás más cómoda –insinúe indeciso, con voz queda y aterrorizado por los posibles resultados de tanta osadía.
Me miró y sin dudarlo respondió:
--Tienes razón --y diciendo esto se quitó despacio las tiras del bañador y siempre despacio lo deslizo hacia su cintura. Al llegar al vientre sus pechos se desbordaron por encima.
Eran más maravillosos de lo que imaginaba. Muy blandos, largos. Con gran esfuerzo conseguí decir “mucho mejor así”. Ella se limitó a sonreír. Yo no veía ni la arena, ni el mar, ni el sol, ni nada, sólo a Soledad. “Creo que necesitaré mucha crema, estoy tan blanca que me voy a quemar toda si no me protejo bien”. Yo asentí con la cabeza. Con el estómago encogido y una voz apenas audible le pregunté: “¿Quieres que te ponga?” “Sí, por favor. Yo no llegaré por toda la espalda”. Y diciendo esto se giró ofreciéndome la espalda, con las rodillas dobladas y los brazos hacia delante.
Sin saber muy bien cómo hacerlo, cogí el bote, apreté y la crema se derramó sobre su espalda. Mientras pienso que ha llegado el momento de tocarla sin preocuparme la crema desciende por la columna. Turbado por la excitación y por los nervios coloqué las dos manos sobre la espalda y las desplacé sobre la crema espesa, blanca, caliente. Mis manos estaban rígidas y sus músculos relajados mientras me contaba algo sobre la playa. Las deslicé con suavidad, de abajo arriba. Su piel absorbió la crema. Me gustó su tacto. Sin mucha destreza la extendí despacio por todo; al fin, mis manos se curvaron sobre sus costillas y con las puntas de los dedos rocé sus pechos. Me estremecí y una extraña ola de coraje me invadió. Estiré más los dedos y conseguí apretarlos un poco. Dejó de hablar y observé que el vello de su nuca estaba erizado. “¿Cuánto tiempo hará que nadie la toca?”. Tomé una decisión. Volví a llenarme las manos de crema y las puse ardientes sobre sus costados. La esparcí rozando ahora sus tetas en cada movimiento, cada vez mejor. No se movía, no hablaba. Me pegué a su espalda para que pudiera sentir la presión de mi polla durísima y luego, sin dudas, cogí sus tetas con las manos aceitosas y las moví sintiendo su blandura deshacerse entre mis dedos. Suspiró. Acaricié sus pezones sin miedo. Ella estiró sus brazos hacia atrás apoyándolos en la arena a la altura de mis rodillas facilitándome el movimiento.
Resollé en silencio, mis labios sonrieron y pensé: “Así de simple”.

1 comentario:

  1. Como no podía ser de otra manera.......... Simplemente perfecto el desarrollo, el fin y las sensaciones que producen cada una de las palabras de este tu relato. "Así de simple"

    Siempre son simples las cosas importantes, una vez tomamos las fuerzas para realizarlas.

    Gracias de nuevo y un saludo

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